“Una fe: he aquí lo más necesario al hombre. Desgraciado el que no cree en nada”.
(Victor Hugo)
Lyon, 1943. En la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, el teniente Fontaine (François Leterrier), miembro de la Resistencia, es detenido por el ejército alemán y condenado a muerte. Confinado en prisión, decide elaborar un plan para fugarse.
La obra cumbre de Robert Bresson es este depurado drama carcelario de connotaciones religiosas que le valió el premio al Mejor director en el Festival de Cannes de 1957. La película, de un ascetismo formal rayano a la abstracción (deudor del Dreyer de La pasión de Juana de Arco), contiene uno de los trabajos de dirección más minuciosos de la historia del cine. El guión de Bresson se inspira en las memorias del soldado francés André Devigny. “Esta historia es verdadera. La cuento tal como es, sin adornos”, indica una nota del realizador antes de que se sucedan los títulos de crédito iniciales bajo las celestiales notas de la Gran misa en do menor de Wolfgang Amadeus Mozart. A continuación, el filme se abre con una escena, a mi entender prodigiosa, en la que Fontaine, que está siendo trasladado a prisión en la parte trasera de un coche, espera el momento adecuado para abrir la puerta del automóvil e intentar escapar. Me parece prodigiosa por el juego de gestos (las manos) y miradas de Leterrier y el otro detenido que va a su lado, así como por lo brillante y sutil de su montaje.
El tema principal de Un condenado a muerte se ha escapado es la fe; aunque en un sentido más humanista que estrictamente religioso, pese a las referencias a Dios y a la Biblia (la conversación entre Jesús y Nicodemo sobre el “nacer de nuevo”) que hay en la obra. Es decir, la fe entendida como esa capacidad de espíritu del hombre que le permite creer en aquello que parece improbable a la luz de la lógica (en este caso, la huida de prisión). Bresson lleva a cabo un profundo ejercicio de introspección de su personaje principal, cuya voz en off, omnipresente, nos guía a lo largo y ancho del relato. La trama, desarrollada mayormente en el interior de la celda, es una constante repetición de acciones con la que se pretende mostrar la monótona rutina diaria del cautivo. Las variaciones en la misma se derivan de la planificación y puesta en práctica del meticuloso plan de escape. Es por ello que el visionado de la película requiere de un sobreesfuerzo por parte del espectador, que encontrará su recompensa ya al final, y, sobre todo, en el recuerdo: ese nebuloso lugar en el que crecen las grandes obras del arte cinematográfico.
Uno de los aspectos más significativos del filme, es la importancia que en él adquieren los distintos sonidos (grabados y sincronizados, incluidos los diálogos, en la fase de posproducción), captados con suma agudeza y que sirven para hacer “visible” el mundo que rodea al encuadre.
Concluyendo: una de las mejores películas de todos los tiempos. Cine en estado puro.
Nota: 10/10
Mi favorita de este director, seguida por “Diario de un cura rural”.
Por cierto, la nueva página se ve genial!
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Hola, Paxtor:
Mis favoritas son la que nos ocupa y ‘Pickpocket’. Me alegra que te guste la nueva página :).
Un saludo.
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No entiendo esta visión de está película y luego darle un 5 a la que es, a mi juicio, su mejor obra, Al azar de Baltasar.
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Mi percepción del cine de Bresson ha ido cambiando con los años. Aquella reseña de ‘Al azar de Baltasar’ era arbitraria y prejuiciosa. Por fortuna ya no pienso como entonces. Próximamente publicaré una nueva crítica sobre la película. Espero que me conceda usted el derecho de cambiar de parecer.
Saludos,
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Me alegra leer eso, para mí Bresson es el más grande cineasta de todos los tiempos junto a Tarkovsky, Bergman y Béla Tarr. El nivel de espiritualidad y casi divinidad que alcanza en Baltasar es incomparable.
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