“A veces quemo graneros”.
(Quemar graneros, Haruki Murakami)
Un día cualquiera, mientras realiza una entrega, Jong-su (Yoo Ah-in) se encuentra por casualidad con Hae-mi (Jeon Jong-seo), una conocida de la infancia. Hae-mi, quien se dispone a llevar a cabo un largo viaje, encarga a Jong-su que dé de comer a su gata durante su ausencia. A su vuelta, Hae-mi regresa acompañada por Ben (Steven Yeun), un misterioso joven adinerado.
Insólito thriller existencialista con el que el cineasta surcoreano Lee Chang-dong, responsable de la bellísima y ya lejana Poesía (Shi, 2010), que hasta ahora era su último trabajo, adapta libremente el relato corto Quemar graneros (Naya wo yaku, 1983), del escritor japonés y eterno candidato al Nobel Haruki Murakami. Obtuvo el Premio FIPRESCI en el pasado Festival de Cannes.
Burning constituye una experiencia tan fascinante (va creciendo en la memoria del espectador conforme pasan las horas, los días y las semanas) como agotadora, dado su ritmo tedioso y su desmedido metraje (casi dos horas y media para adaptar lo que Murakami había expuesto en unas cuantas páginas). De hecho, de no ser por el carácter absolutamente autocomplaciente de su duración, estaríamos hablando de casi una obra maestra. Pero eso de economizar la narración no es uno de los rasgos distintivos de la obra de Chang-dong, quien estira algunas secuencias (e incluye otras un tanto gratuitas) mucho más allá de lo necesario y de lo razonable.
La película, de una sutilidad admirable, desvela en su largo camino hacia el thriller (porque termina siendo un thriller con un último tramo en verdad para el recuerdo), las pulsiones soterradas de una sociedad huérfana en valores y enferma de apariencia. Como en el texto original de Murakami, abierto a lecturas, aunque Lee Chang-dong dé aquí su versión sobre el mismo, el empleo de la metáfora (los invernaderos abandonados como alegoría de la misoginia contemporánea) resulta sublime, con unas pocas líneas de diálogo esenciales entre el silencio para la comprensión total del filme.
Además del problema que supone el elefantiásico metraje, el otro elemento que acaba perjudicando al conjunto, es la inclusión con calzador del drama familiar que afecta al protagonista (los personajes del padre y la madre de Jong-su son poco menos que sobrantes), pese a que el enorme talento visual del director, con hipnóticos largos planos rebosantes de modernidad cinematográfica en su cuidada composición, pueda hacerlo pasar inadvertido.
Sin duda, una de las cintas imprescindibles del curso fílmico que toca a su fin.
Nota: 7,5/10
La vi ayer. Coincido con tu comentario, Ricardo. Añadiría que otro de los defectos del film es que es tan abierto, indefinido y ambiguo que irrita. En más de una ocasión me hizo pensar en David Lynch, solo que este es más hàbil: las situaciones que nos propone ya de sí son raras, por lo que no esperamos definición.
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Es ciertamente ambigua, pero muy poco si la comparas con el relato de Murakami. Lo de Chang-dong es claramente una interpretación; su lectura de un texto de interpretación abierta.
¡Saludos!
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Pues ya tengo deberes: no he leído el relato de Murakami. Seguramente el lenguaje verbal (la literatura) acepta la ambigüedad de mejor grado que el cinematográfico: en pantalla, la ambigüedad es muy costosa cognitivamente y la llevamos mal. Con la palabra, y más si es escrita, somos más tolerantes (creo).
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Puede que tengas razón. Yo te aseguro que del texto de Murakami jamás habría extraído la lectura de Chang-dong, pero su “interpretación” resulta muy interesante.
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