» La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos».
(Rabindranath Tagore)
Un viejo poeta (Gi Ju-bong) se hospeda durante el invierno en un hotel junto al río Han. Ciertos presentimientos de muerte lo han llevado a reunirse con sus dos hijos, a los que no ve desde hace algún tiempo.
Poesía del encuentro. Quizá no haya otra expresión que defina mejor el último cuento existencialista del maestro surcoreano Hong Sang-soo. Porque el acto de encontrarse, de dar con alguien, sea de manera concertada o fortuita, supone no ya sólo la esencia de este bellísimo filme de concepción minimalista, sino la esencia misma de la propia vida: concatenada sucesión de encuentros que van trazando nuestro devenir.
Podríamos afirmar que la película, filmada en un austero blanco y negro, casi se atiene a las tres unidades aristotélicas de acción, tiempo y lugar. El director narra dos historias paralelas que se entrecruzan en un pequeño hotel situado en medio de un ribereño paraje nevado: la del poeta Young-Hwan y sus dos hijos, Kyung-Soo (Kwon Hae-hyo) y Byung-Soo (Yoo Joon-Sang), y la de la desconsolada joven A-Reum (Kim Min-hee) y su amiga Yeon-Joo (Song Seon-mi). Los encuentros de unos y otros se suceden en las instalaciones del hotel, el paisaje anexo y un restaurante próximo. Unos pocos personajes, sobre los que vamos sabiendo más conforme avanza el metraje, y unos pocos escenarios, son suficientes para que Sang-soo reflexione, con tono melancólico y a ratos divertido, en torno a las relaciones humanas y familiares, la vida, la poesía y la muerte.
Los diálogos, amenos, sabios y profundamente humanos, transcurren alrededor de una mesa, al pie de la cama o, pese al frío imperante en el lugar, en plena calle. Los personajes comen, beben y fuman. También ríen. Y, por supuesto, lloran. Las obras del autor seulés son pedazos de vida tamizados por la mirada de un poeta del cinematógrafo que se halla en plena madurez vital y creativa, y que ha sabido conformar un universo fílmico propio. Reconocible a partir de cualquier fotograma.
La cámara de Sang-soo se mueve más que en otras ocasiones, aunque continúa renunciando al travelling, haciendo de la panorámica horizontal su principal seña de identidad. Los planos son muy largos, con una clara preferencia por el plano medio corto y largo. El uso del zum es aquí menos recurrente que en trabajos anteriores.
El final de la cinta es irremediablemente triste, evocando ese memento mori del latín que tan bien representó en la pintura española Valdés Leal, y que nos recuerda la fugacidad de la vida. Como viene a decir el poeta protagonista, pertenecemos al cielo, pero mientras permanezcamos en la tierra, debemos vivir, gozando y sufriendo como simples humanos.